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Orgánicos vs Transgénicos: el desafío de combatir el hambre

09/05/2022
en General, Inicio, Noticias Propias

Las estimaciones de la FAO indican que cerca de 690 millones de personas en el mundo sufren hambre, y, si continúan las tendencias, el número de personas afectadas por el hambre superará los 840 millones de personas para 2030. En ese contexto, la discusión sobre los procesos y lo métodos de producción en las cadenas agroalimentarias toma cada vez más importancia. Sobre todo para intentar poner luz en la discusión de “alimentos naturales u orgánicos” versus “alimentos transgénicos”. Atender este contrapunto es importante, perdernos en esta discusión puede ocasionar la toma de malas decisiones. 

La agricultura orgánica es un sistema productivo, que permite sólo el uso de ciertos pesticidas y fertilizantes, mientras que la transgenia es una técnica de mejoramiento. Actualmente los requerimientos para la certificación orgánica excluyen el uso de variedades transgénicas.

Muchas veces observamos cómo se lleva adelante un proceso de “demonización” de ciertos alimentos y tecnologías de procesos, fogoneados por algunos intereses económicos empresariales y actores de las cadenas agroalimentarias, incidiendo en la configuración de un nuevo escenario con fuerte impacto en la nutrición y la calidad de vida de los ciudadanos.

Con respecto a la transgenia, podemos ver dos importantes usos: por un lado, tenemos plantas transgénicas desarrolladas con el fin de mejorar las características agronómicas de los cultivos, como la soja, el maíz y el algodón con tolerancia a herbicida y resistentes a insectos. Por otro lado, tenemos cultivos transgénicos que brindan alimentos que duran más, con propiedades nutricionales mejoradas o modificadas.

Raquel Chan, investigadora del Conicet, especializada en biotecnología vegetal y directora del Centro Científico Tecnológico del Conicet Santa Fe, señaló que «nada de lo que comemos es natural. El maíz no existía en México: es hijo de las mutaciones del teocintle (los antecesores directos de los cuales se domesticó el maíz como cultivo). El brócoli no existía en la naturaleza, así como la coliflor, el kiwi y tantos otras frutas y verduras. Son producto del trabajo de mejoradores a lo largo de la historia”.

El frustrado proceso sucedido en Sri Lanka, es una muestra de malas decisiones políticas desfasadas de la realidad. Allí se impuso la prohibición a nivel nacional sobre la importación y el uso de fertilizantes y pesticidas sintéticos, obligando a los 2 millones de agricultores del país que se vuelvan orgánicos.

Analizando ésta situación, Ted Nordhaus, director ejecutivo del Breakthrough Institute, y Saloni Shah, analista de alimentos y agricultura del Breakthrough Institute, describen que la producción agrícola orgánica sirve a dos poblaciones en extremos opuestos de la distribución mundial de ingresos: “En un extremo están los aproximadamente 700 millones de personas en todo el mundo que todavía viven en la pobreza extrema. Los defensores de la agricultura sostenible llaman fantasiosamente a la agricultura que practica esta población “agroecología”. Pero en su mayor parte se trata de una agricultura de subsistencia a la antigua, en la que los más pobres del mundo se ganan la vida a duras penas gracias a la tierra. Son los agricultores más pobres del mundo, que dedican la mayor parte de su trabajo a cultivar suficientes alimentos para alimentarse. Renuncian a los fertilizantes sintéticos y a la mayoría de las demás tecnologías agrícolas modernas no por elección sino porque no pueden pagarlos”. Mientras en que en el extremo opuesto se ubican “las personas más ricas del mundo, principalmente en Occidente, para quienes consumir alimentos orgánicos es una opción de estilo de vida ligada a nociones sobre la salud personal y los beneficios ambientales, así como a ideas románticas sobre la agricultura y el mundo natural. Casi ninguno de estos consumidores de alimentos orgánicos los cultiva ellos mismos. La agricultura orgánica para estos grupos es un nicho de mercado, aunque lucrativo para muchos productores, que representa menos del 1 por ciento de la producción agrícola mundial.” Un análisis agudo que encuentra extremos y no contempla a las mayorías de los productores y los consumidores. 

Llama la atención que algunos sectores, más bien actores, funcionarios, organizaciones, en nuestro país caigan en estos antagonismos poco científicos sin ir al fondo de las discusiones. Discuten los medios y no los dueños, discuten la ciencia y no quién la controla, discuten a quiénes y cómo producen y trabajan y no a quienes se quedan con las ganancias.

Los importantes logros obtenidos en Argentina en materia agroalimentaria, principalmente en agricultura, la ganadería aun es un sector por desarrollar, a partir de la irrupción en materia de I+D, con la tecnología aplicada, la conjugación de lo público y lo privado en post de mejorar rindes y productividad agropecuaria, son una muestra material y palpable. Pero actualmente, en el contexto de crisis y guerra mundial, ante el riesgo de profundizarse la hambruna, abren sus puertas los mercados antes cerrados a los transgénicos argentinos, como China y Australia.

Por eso resulta fundamental tomar decisiones gubernamentales basadas en argumentos científicos y en un análisis del contexto social, político y económico exhaustivo, de lo contrario puede llevarnos a agravar las condiciones de hambre y profundizar la brecha económica en el acceso a los alimentos. El desafío de producir más sin destruir el plante es real, pero sin ciencia y tecnología solo profundizaremos la miseria. 

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Tags: alimentosFAOtransgénicos

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