BERLÍN.- Nuestros productores agropecuarios piden a Europa que permita un mayor ingreso de carne, granos, aceite y de biodiésel. Europa exige a cambio que el Mercosur abra su mercado automotor.

Las automotrices piden protección, mientras que los agricultores europeos temen la competencia y reclaman más límites y subsidios. Es un conflicto de manual. La Unión Europea y el Mercosur llevan 19 años negociando un acuerdo comercial y siempre los alimentos son el centro del problema. Volvieron a serlo en las negociaciones de la semana pasada en Bruselas. Las piezas en juego son tantas que parece un rompecabezas sin solución. ¿Nada nuevo?
Los bienes en juego van desde porotos de soja hasta tecnología de avanzada e inteligencia artificial. En el caso de los alimentos, el proteccionismo parece ayudar a Sudamérica en una primera etapa, al aumentar su posible participación en el mercado asiático, vendiéndole lo que ya no compraran en Estados Unidos. Pero por otro lado, la incertidumbre y la dependencia de menos clientes retrasa las inversiones necesarias para aumentar la producción de alimentos y nos dejan aún más expuestos ante eventuales crisis.
En Alemania, en 2019 comienza la prohibición de castrar cerdos sin anestesia y se anunció un plan para limitar el uso del glifosato y para abandonarlo en el futuro. El riesgo es que estos temas se instalen no solo en Europa, sino que se pretenda exigirlos también en nuestros países, lo que daría argumentos para nuevas barreras al comercio de alimentos.
Estos nuevos elementos complican el rompecabezas de los alimentos y el comercio mundial. Además de las tensiones entre la seguridad alimentaria y el manejo de los recursos naturales; entre agricultores, ganaderos, industriales y consumidores, ahora debemos sumarle el proteccionismo y la agenda de los ecologistas. Las oportunidades siguen, pero necesitamos cada vez respuestas más inteligentes en todos los ámbitos para aprovecharlas.